Todo empezó en la edad media, cuando se practicaban “Los juicios de Dios”.
Los que eran acusados se les sometían a diversos rituales, de los caules se pensaban que eran a la luz del juicio divino.
Esto incluía coger hierros al rojo vivo, estar mucho tiempo bajo el agua, entrar las manos a un balde de agua hirviendo o meter las manos a una hoguera.
Si el que era acusado no le pasaba nada con estos castigos, era porque Dios lo protegía, pero obviamente nadie se salvaba.
Lo único que dejaron todos estos juicios fue la expresión “Meter las manos al fuego”.
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