Llevar la alimentación de toda la familiar no es algo tan fácil, de hecho es un problema para muchos padres de familia, ya que alimentar sanamente a sus hijos representaría una inversión de tiempo del que muchas veces no disponen.
Susana Domínguez, pediatra de Atención Primaria y autora de ‘Qué como y por qué. Nueve claves para una alimentación familiar saludable’, "en general, los niños no precisan una alimentación especial o diferente, sino patrones de alimentación familiar estables y sensatos para aprender mientras crecen".
La improvisación: la mayoría de las familias no planifica sus menús semanales. Lo que da como resultado una alimentación desequilibrada que conduce al exceso de peso. Es importante tener conocimientos básicos de alimentación para adquirir criterio nutricional y organizarse mejor.
La alimentación a la carta: Es recomendable que todos los miembros de la familia coman lo mismo, con variaciones en la cantidad y en el ritmo. Atender los antojos individuales o preguntar lo que apetece comer a los pequeños, rompe el balance nutricional.
No desayunar: o hacerlo de forma desequilibrada con un exceso de azúcares y grasas son perjudiciales. Es necesario consumir distintos tipos de pan de cereal completo, semillas, frutos secos, aceite de oliva virgen, Los líquidos son necesarios también como agua, infusiones, fruta recién exprimida, leche, bebidas vegetales, etc.
Picar a cada rato: cuando las meriendas se han distribuido bien y se han planificado con criterio sus contenidos, los niveles de azúcar en sangre son más estables (menos subidas y bajadas) y, en consecuencia, es menos probable que apetezca picar entre horas.
Comer tarde y/o mucho: Cada organismo tiene un ‘reloj interno’ que ajusta los horarios de comida con el gasto energético. La ideal es conciliar los horarios para comer antes y cenar pronto. Es prioritario organizarse para cenar en familia. La cena debe ser reconfortante pero liviana, sin excesos.
Refrescos: las calorías que necesitan los niños no son ilimitadas y si se cubren con calorías vacías, se disminuyen las opciones a otros alimentos que sí aportan compuestos bioactivos (minerales, vitaminas o antioxidantes). El agua es la mejor opción.
Comida rápida: Los panes, la harina, la pasta, el arroz, los postres lácteos y alimentos procesados como sopas y pizzas. Son muy ricos y económicos pero generan una elevación rápida de los niveles de azúcar en la sangre y si no se ‘queman’ se almacenarán en forma de grasa.
Mucha carne y poca verdura: La proteína animal no debe pasar de una cuarta parte del plato, al igual que las legumbres y/o los cereales, que contribuyen también al aporte proteico. Por eso bastan pequeñas porciones de carne blanca. La carne roja debe ser de consumo semanal, pero no diario. Dar prioridad a las verduras y hortalizas y en menor medida la fruta.
Cuidado con las recomendaciones: La recomendación de comer más granos y cereal completo no se refiere a aumentar el número de tostadas sino a incluir en las comidas la versión integral del grano de arroz, pasta o pan integral y atreverse con otros ‘granos’ como la quinua, avena, mijo, cebada y/o trigo, que combinan bien con las verduras o las ensaladas.
Eliminar y dejar de lado las grasas: Aunque hay grasa perjudicial seriamente la salud, la grasa del pescado azul, aguacate, los frutos secos y semillas, paltas y aceite de oliva debe ser parte del consumo habitual por sus propiedades beneficiosas. Lo ideal es quitar la grasa visible de las carnes, disminuir el consumo de embutidos y considerar la ingesta de lácteos desnatados en la población de riesgo de obesidad.